Prefacio. Un Curso de amor

[Este prefacio del editor Glenn Hovemann es la traducción del nuevo prefacio para la edición en inglés, la que reúne los tres volúmenes de Un curso de amor, y que al parecer será publicada en el año 2014]
Durante casi tres años Mari Perron escuchó una voz interior, como si fuera un dictado. Ella transcribió lo que escuchó. El resultado directo fue Un curso de amor, donde explícitamente se decía que se trataba de una “continuación” de Un curso de milagros, aunque no haya una conexión formal entre ambos cursos. Los dos fueron recibidos de la misma forma. En ambos Jesús se reivindica completamente como la identidad de su Fuente.
Los dos fueron recibidos aproximadamente a 30 años de distancia. Helen Schucman recibió Un curso de milagros en un periodo de siete años al final de los años 60 y comienzos de los 70 del siglo XX; Mari recibió Un curso de amor desde diciembre de 1998 hasta octubre del 2001. Ambos cursos se presentan a sí mismos con un inusitado grado de autoridad e inteligencia. Su naturaleza pionera en espiritualidad está mucho más allá de lo que podría haber sido escrito por una mujer normal.
Quienes estén familiarizados con Un curso de milagros reconocerán el estilo característico y brillante, aunque la mayor parte de la gente comprobará probablemente que el lenguaje del curso de amor es menos complicado y más accesible que el de su predecesor.
El dictado que Mari escribió se refería específicamente a este curso como siendo una “continuación de las tareas propuestas en Un curso de milagros” (D:a.4). También dijo:
Mientras que el curso de milagros original
estaba destinado a entrenar la mente y a provocar un giro en el
pensamiento, señalando la locura de la crisis de identidad y
desmantelando el agarre del ego, este es un curso para establecer tu
identidad y terminar con el reinado del ego. (C:p.8)
Lo que pavimentó el camino hacia la transmisión de Un curso de amor fue una profunda unión personal en una relación con otras dos mujeres. Tal y como pueden recordar quienes conocen la historia de Un curso de milagros, la importancia de esta relación es similar a la forma en que se dieron los acontecimientos que condujeron a la transmisión que recibió Helen, ya que en este caso todo ocurrió en relación al acuerdo incondicional de Helen surgido a raíz de la “charla” que le dio su compañero de trabajo, Bill Thetford, cuando este le dijo que “tiene que haber otra manera” para poder salir del conflicto.
En 1993, Mari era una de las tres administrativas que dirigían el programa de estudio a distancia para adultos en el departamento universitario de servicios para la salud. La naturaleza de su trabajo requirió que las tres —Mari, Mary y Julieanne— trabajaran de forma muy íntimamente cercana. Casi al mismo tiempo, Julieanne y Mary descubrieron que estaban embarazadas y que sus bebés iban a nacer más o menos por las mismas fechas. Julieanne dio a luz un bebé sano. El bebé de Mary, Grace, tenía una seria malformación en el corazón. Cinco semanas después de nacer y tras múltiples operaciones, Grace murió. Aunque el cruel contraste entre las situaciones de ambas mujeres fácilmente podría haber conseguido la escisión del grupo, en vez de ello, la intimidad se intensificó.
Mediante la muerte y la vida de Grace las tres mujeres se unieron en una profunda búsqueda personal de sentido. Leyeron muchos libros de espiritualidad y cada una tuvo significativas experiencias e intuiciones. Y, más importante aún, compartieron activamente los sentimientos y descubrimientos con sus “hermanas en espíritu”.
Una de las lecturas que compartieron sugería que cada persona podía contactar con su propio “ángel”. Mari se mostraba escéptica. No obstante, el 1 de mayo de 1995 decidió intentarlo, escribiéndole una carta. Su manera favorita de expresarse era escribiendo, y estando ya “lista para pedir” no esperaba ninguna respuesta.
Esto es lo que le escribió, y lo que sucedió después:
“Querido ángel,
creo que te he sentido conmigo desde mi más temprana infancia, y ciertamente en mis épocas más atormentadas, cuando querías asegurarme que yo era especial, y una parte mía te creía. Gracias. Esa voz que me aseguraba que yo era especial, y ella me mantuvo prácticamente en vida. Sintiéndola, por poco que pudiera sentirla… fue esa parte de mí la que está dispuesta a creer que hoy podría hablarte; ahora es esa parte la que me dice que esto tiene sentido. ¿Querrás hablar conmigo?”
creo que te he sentido conmigo desde mi más temprana infancia, y ciertamente en mis épocas más atormentadas, cuando querías asegurarme que yo era especial, y una parte mía te creía. Gracias. Esa voz que me aseguraba que yo era especial, y ella me mantuvo prácticamente en vida. Sintiéndola, por poco que pudiera sentirla… fue esa parte de mí la que está dispuesta a creer que hoy podría hablarte; ahora es esa parte la que me dice que esto tiene sentido. ¿Querrás hablar conmigo?”
La respuesta vino inmediatamente; mis
dedos respondieron y teclearon las palabras casi antes que los
pensamientos entraran en mi mente… No escuchaba una voz que fuera
distinta de la mía, pero sí sabía que las palabras no eran las mías.
“Siente la dulzura. Tú eres dulce. No
intentes forzarla voluntariamente, simplemente déjala venir. Está ahí,
en el entre, entre el pensamiento y el sentimiento. Respira, siente tu
corazón.”
Sus experiencias recibiendo mensajes del ángel Paz sirvieron como preludio, o quizás como ejercicio, ante lo que iba a venir después.
Mari descubrió Un curso de milagros en 1996:
Leí sobre UCDM en un artículo de periódico
que no decía que procediera de parte de Jesús. Cuando comencé a leerlo,
no me daba cuenta todavía de que así era, y cuando me hice consciente
de ello, no podía creerlo. Pero por aquel entonces ya no podía descartar
el libro porque sentía que todo en él era Verdad, con “v” mayúscula…
Tras un tiempo, empecé a considerar que realmente podría ser de Jesús.
Ella estaba fascinada. Aunque Mari usualmente leía vorazmente muchos
libros, durante dos años leyó poco más que el curso de milagros, muchas
veces, especialmente el Texto principal. Bastante más de un año antes de
que escuchara la voz, la preparación había comenzado. Mari dice:
Un curso de amor comenzó con un sueño. El
sueño vino en Julio de 1997. En él, escuché “ya no puedes vender tu
mente por dinero. Tu mente ahora le pertenece a Dios”.
Tan pronto como comencé a escuchar la
familiar voz de Jesús, pero no como la recordaba de mi juventud o de la
Biblia, sino como la recordaba de mis muchas lecturas de Un curso de
milagros, me quedé pasmada ante la tarea que se me presentaba. Durante
los siguientes tres años, me dediqué en cuerpo y alma a recibir los tres
libros que conjuntamente nos dan este nuevo mensaje.
En el 2001, Mari, junto con su amigo y antiguo agente literario Dan Odegard, trabajó para conseguir llevar adelante la primera edición de Un curso de amor, publicada por New World Library. Hubo muchas decisiones tomadas en aquel entonces que después tuvieron que cambiarse. Debido a un continuo litigio sobre el copyright de Un curso de milagros, se eliminaron las palabras que explicaban directamente que Un curso de amor era una continuación de Un curso de milagros. Estas palabras fueron luego restauradas. De forma similar, fue eliminado el equívoco subtítulo “El curso completo” —pues contenía solo el primer volumen.
Una vez publicado, Mari sintió que “no se me estaba llamando a hacer nada con él; en vez de ello fui llamada a estar en soledad y a pasar gran parte de los siguientes dos años abrazando esa manera de vivir”. Así que Mari no aparentaba ser la persona por medio de la cual Jesús quería extenderse tan monumentalmente al mundo. Pero entonces, New World Library decidió no publicar los demás volúmenes y ella de inmediato pasó a hacerlos disponibles por su cuenta. Mari editó Los Tratados y Los Diálogos. En el 2003, cuando trabajaba en esos volúmenes, Mari recibió un mensaje adicional, llamado “El aprendizaje en el Tiempo de Cristo”, de la misma forma en que recibió el resto del material. Ahí se anticipaban ciertas futuras discusiones de los grupos de estudio, y estaba claramente destinado a ser una ayuda tanto para individuos como para grupos a la hora de estudiar el curso. Este texto se presenta al final de este Volumen Conjunto como Adenda —aunque aquellos que lo deseen leer pueden encontrarlo iluminador en cualquier momento.
Finalmente, cuando New World Library dejó de imprimira aquel “Curso completo”, Mari preparó la autopublicación de los tres volúmenes en una serie coherente. Una vez más, cuando estaba preparando esto, el día de San Valentín de 2006 recibió otro mensaje destinado evidentemente a ser la introducción del curso. Este está incluido en esta edición como “Introducción”.
Incluso aunque tampoco Mari siendo autoeditora estaba inclinada de forma natural a hacer campaña en favor del curso, sí se tomó a pecho el mensaje de que “solo puedes ser quien eres compartiendo quien eres” (C:31.17). Entonces, decidió que no solo estaba dispuesta a pedir, escuchar y transcribir, sino también a compartir —y no solo las hermosas palabras de consuelo de Jesús. Mari comparte su propia humanidad, sus desafíos y luchas como madre, su falta de recursos, los problemas de adicción en su propia familia, y una perspectiva sobre la sanación que no es una visión sentimentalista del amor y la vida. En su blog, sus libros y su abundante correspondencia privada, Mari habla de la aceptación que el amor puede brindar a aquellos con pasados “imperfectos”, y de cómo el “conocer y el ser conocido” puede invitar a la justicia, la igualdad y la dignidad, así como a la paz.
En la primera impresión de los tres libros de este curso, Mari escribió lo siguiente como Prefacio:
En Un curso de amor, así como en Un curso
de milagros, Jesús dice que el amor no puede ser enseñado. Lo que no
puede ser enseñado, es un misterio. Esos mensajes de Jesús son tanto
misterio como revelación del misterio.
En 1998 estaba leyendo Un cu
En 1998 estaba leyendo Un cu
so de milagros y buscando mi propia llamada
del corazón cuando escuché una Voz asegurándome que recibiría un nuevo
curso de milagros. Como puedes imaginar, el tomar parte en este misterio
—con este curso que vino a mí y a través mío—, hizo surgir una serie de
preguntas.
¿Cómo sucedería? ¿Cómo es posible esta guía? ¿Cómo se sentiría? ¿Qué iba a experimentar realmente? Recibir a Jesús y su guía fue sencillo. Amaba la relación y el proceso mediante el cual escribía. Las palabras surgían de mí, más o menos como pensamientos que no pensaba. Esta práctica de escritura duró tres años. El trabajo fue realizado sin esfuerzo, sin complicaciones, inspirando asombro reverencial.
Aunque todo transcurrió de una manera tal que conseguí hacerlo difícil. Esto es lo que quiero hablar ahora para ver si puedo librarte del mismo sufrimiento innecesario.
La dificultad surgía al terminar cada periodo de escritura diario. Era entonces cuando quería comenzar a pensar sobre ello. Y al hacerlo, me sentía abrumada. Mi mente luchaba y crecía su dolorosa frustración por la incapacidad de aprehender lo que estaba sucediendo e incluso lo que estaba siendo dicho. Mi mente no podía aceptar la nueva experiencia. No podía comprenderla, explicarla o compararla con ninguna otra cosa.
Y a mis sentimientos no les iba mucho mejor. Tan pronto como me retiraba del trabajo que estaba haciendo, me sentía como un peón sobre un iceberg rodeada de inmensidad. Me sentía rodeada por la fuerza más poderosa del universo, como si estuviera en el ojo de un huracán. Y no obstante solo estaba en mi escritorio, a tan solo un momento de cenar. Encontraba difícil de creer que todavía pudiera comer. Oía el sonido de la televisión o del teléfono y hubiera deseado poder regresar de mi iceberg en un nanosegundo.
El cambio de atmósfera se sentía como algo que podría matarme.
Se trataba del agudo contraste entre la unión y la separación. Sabía que no podría continuar sintiendo unión solo cuando estaba activamente comprometida en el trabajo. No podría seguir sintiéndome miserable tan pronto como me detenía. Sabía que Jesús no me abandonaría cuando dejara mi escritorio, pero me sentía incapaz de extender mi reconocimiento de la unión mucho más allá.
Esto no me detuvo de intentarlo. Sentía que, si lo intentaba aún más intensamente, podría aprender cómo hacerlo. Si tan solo pudiera tener un claro atisbo…, una comprensión definitiva de lo que estaba pasando, entonces podría “agarrarlo”, podría “conseguir” la unión. Me mantuve intentando hacer esto como en otras experiencias de las que había aprendido, y que había aprendido a duplicar —experiencias de las que siempre me podía desapegar, como una mente, o un yo, observando.
No fue mediante el esfuerzo de mi mente sino mediante su quietud como finalmente llegué a constatar que no había algo milagroso sobre “el funcionamiento” que hiciera la unión posible y la separación intolerable. La unión era lo que surgía de forma natural cuando los obstáculos que yo ponía a mi reconocimiento de la presencia del amor eran eliminados. Esto fue lo que sucedió a medida que recibía el curso. La barrera de mis pensamientos separados se deshizo, y Jesús estuvo conmigo sin ser “distinto de mí”.
Estábamos en relación sin estar separados.
En unión no hay un “yo” que pueda retirarse, observando la experiencia. Sin una consciencia separada, no hay pensamiento. Y sin pensamiento, hay unicidad de ser. Cuando me di cuenta de esto, supe que podía experimentar la unicidad en la vida, y que ya había tenido esas experiencias en el pasado, y que continuaba teniéndolas, solo que no eran las experiencias de mi mente pensante.
Solo tras una experiencia como esas era cuando me podía llegar el reconocimiento de que “algo había pasado”. Entonces, solía pensar, “Oh Dios mío, esto fue la cosa más grande del mundo; quiero tenerlo de nuevo”. Una vez más el trabajo comenzaba, hasta constatar que la unidad no era algo que yo pudiera “tener”, puesto que la unidad es quien yo soy cuando no estoy siendo un “otro distinto” que yo misma; cuando no esto siendo separada.
Cuando pienso, estoy presente para este “otro” que es el “yo” que creo que yo soy. “Ella” está ahí en mis pensamientos igual que lo está cualquier otra persona, cosa, o situación que utilicen espacio en mi mente. No estoy sola con Dios sin estar también en unidad.
El modo en el cual solemos pensar es teniendo un “yo”, y luego todo lo que no es un “yo”. Pero esta no es la vía del corazón a la que Jesús nos llama. Él termina el curso (Libro Uno) diciendo, “no pienses” (C:32.4).
Moverse desde la experiencia de la separación hacia la de la unión es experimentar el poder de Dios y la fuerza del amor. Es una experiencia que no se puede pensar.
Jesús dice: “comienza con esta idea: permitirás la posibilidad de que a tu corazón en espera le sea revelada una nueva verdad. Mantén en tu corazón la idea de que según lees estas palabras —y cuando termines de leerlas— su verdad te será revelada. Permite que tu corazón esté abierto a un nuevo tipo de evidencia acerca de lo que constituye la verdad”. (C:7.23).
¿Cómo sucedería? ¿Cómo es posible esta guía? ¿Cómo se sentiría? ¿Qué iba a experimentar realmente? Recibir a Jesús y su guía fue sencillo. Amaba la relación y el proceso mediante el cual escribía. Las palabras surgían de mí, más o menos como pensamientos que no pensaba. Esta práctica de escritura duró tres años. El trabajo fue realizado sin esfuerzo, sin complicaciones, inspirando asombro reverencial.
Aunque todo transcurrió de una manera tal que conseguí hacerlo difícil. Esto es lo que quiero hablar ahora para ver si puedo librarte del mismo sufrimiento innecesario.
La dificultad surgía al terminar cada periodo de escritura diario. Era entonces cuando quería comenzar a pensar sobre ello. Y al hacerlo, me sentía abrumada. Mi mente luchaba y crecía su dolorosa frustración por la incapacidad de aprehender lo que estaba sucediendo e incluso lo que estaba siendo dicho. Mi mente no podía aceptar la nueva experiencia. No podía comprenderla, explicarla o compararla con ninguna otra cosa.
Y a mis sentimientos no les iba mucho mejor. Tan pronto como me retiraba del trabajo que estaba haciendo, me sentía como un peón sobre un iceberg rodeada de inmensidad. Me sentía rodeada por la fuerza más poderosa del universo, como si estuviera en el ojo de un huracán. Y no obstante solo estaba en mi escritorio, a tan solo un momento de cenar. Encontraba difícil de creer que todavía pudiera comer. Oía el sonido de la televisión o del teléfono y hubiera deseado poder regresar de mi iceberg en un nanosegundo.
El cambio de atmósfera se sentía como algo que podría matarme.
Se trataba del agudo contraste entre la unión y la separación. Sabía que no podría continuar sintiendo unión solo cuando estaba activamente comprometida en el trabajo. No podría seguir sintiéndome miserable tan pronto como me detenía. Sabía que Jesús no me abandonaría cuando dejara mi escritorio, pero me sentía incapaz de extender mi reconocimiento de la unión mucho más allá.
Esto no me detuvo de intentarlo. Sentía que, si lo intentaba aún más intensamente, podría aprender cómo hacerlo. Si tan solo pudiera tener un claro atisbo…, una comprensión definitiva de lo que estaba pasando, entonces podría “agarrarlo”, podría “conseguir” la unión. Me mantuve intentando hacer esto como en otras experiencias de las que había aprendido, y que había aprendido a duplicar —experiencias de las que siempre me podía desapegar, como una mente, o un yo, observando.
No fue mediante el esfuerzo de mi mente sino mediante su quietud como finalmente llegué a constatar que no había algo milagroso sobre “el funcionamiento” que hiciera la unión posible y la separación intolerable. La unión era lo que surgía de forma natural cuando los obstáculos que yo ponía a mi reconocimiento de la presencia del amor eran eliminados. Esto fue lo que sucedió a medida que recibía el curso. La barrera de mis pensamientos separados se deshizo, y Jesús estuvo conmigo sin ser “distinto de mí”.
Estábamos en relación sin estar separados.
En unión no hay un “yo” que pueda retirarse, observando la experiencia. Sin una consciencia separada, no hay pensamiento. Y sin pensamiento, hay unicidad de ser. Cuando me di cuenta de esto, supe que podía experimentar la unicidad en la vida, y que ya había tenido esas experiencias en el pasado, y que continuaba teniéndolas, solo que no eran las experiencias de mi mente pensante.
Solo tras una experiencia como esas era cuando me podía llegar el reconocimiento de que “algo había pasado”. Entonces, solía pensar, “Oh Dios mío, esto fue la cosa más grande del mundo; quiero tenerlo de nuevo”. Una vez más el trabajo comenzaba, hasta constatar que la unidad no era algo que yo pudiera “tener”, puesto que la unidad es quien yo soy cuando no estoy siendo un “otro distinto” que yo misma; cuando no esto siendo separada.
Cuando pienso, estoy presente para este “otro” que es el “yo” que creo que yo soy. “Ella” está ahí en mis pensamientos igual que lo está cualquier otra persona, cosa, o situación que utilicen espacio en mi mente. No estoy sola con Dios sin estar también en unidad.
El modo en el cual solemos pensar es teniendo un “yo”, y luego todo lo que no es un “yo”. Pero esta no es la vía del corazón a la que Jesús nos llama. Él termina el curso (Libro Uno) diciendo, “no pienses” (C:32.4).
Moverse desde la experiencia de la separación hacia la de la unión es experimentar el poder de Dios y la fuerza del amor. Es una experiencia que no se puede pensar.
Jesús dice: “comienza con esta idea: permitirás la posibilidad de que a tu corazón en espera le sea revelada una nueva verdad. Mantén en tu corazón la idea de que según lees estas palabras —y cuando termines de leerlas— su verdad te será revelada. Permite que tu corazón esté abierto a un nuevo tipo de evidencia acerca de lo que constituye la verdad”. (C:7.23).
Este curso es tanto revelación, como la nueva vía del conocimiento a la cual invita. Cuando lo recibí, recibí revelación. Cuando pensé sobre él, bloqueé mi capacidad de reconocer lo que recibía.
Estás a punto de recibir este curso. A medida que le abres tu corazón, no te fíes de tu mente para reconocer lo que recibes. Cuando cierres el libro y transcurra tu día, no lo hagas como lo hice yo, llevándolo a tu mente. Manténlo en tu corazón. Permanece en presencia del amor. No retrocedas hacia la separación. Haz todo lo que puedas para no retirarte de la vida. Comienza al principio, con quien verdaderamente eres. No lo pienses demasiado. Permite que el corazón dirija en el camino. Entonces comprobarás que al principio, y antes del principio…, y antes del antes…, solo había amor.
Un curso de amor le da una enorme importancia a su predecesor. Dice: “El mundo como estado de ser, como un todo, ha entrado en una época, gracias en gran parte a Un curso de milagros, en la que está preparado para que la mentalidad milagrosa se pose sobre él”; y lo hizo “amenazando al ego” (C:p.5)
Un curso de amor decidamente no resulta amenazador, al menos en su estilo. Jesús progresa cuidadosa y metódicamente desde el Curso, por Los Tratados y hasta Los Diálogos, usando la lógica y a veces desarrollando ideas radicales, aunque hablando con gentileza y siempre al corazón. A diferencia de Un curso de milagros, este curso contiene pocos ejercicios, ofreciendo una experiencia “en la cumbre” en Los Cuarenta Días y Cuarenta Noches. Habla tanto de “ella” como de “él”, a hermanas y hermanos, y valida fuertemente las maneras femeninas del conocimiento. Revela una “Vía de María” que existe en relación simbiótica con la de “Vía de Jesús”, que ahora acaba. Enfatiza “ser quien eres” de una manera que no niega el yo personal o el cuerpo. Revela cómo la forma humana puede ser transformada en “el Yo elevado de la forma”, y cómo un mundo ilusorio puede ser convertido en algo “nuevo” —divino— mediante la relación y la unidad.
Comprensiblemente, aquellos que están familiarizados con Un curso de milagros inicialmente pueden mostrarse escépticos respecto a la autenticidad del curso de amor, pero reconocerán su continuidad. Y aunque cierta familiaridad con Un curso de milagros da perspectiva y sirve de preparación valiosa, Un curso de amor se sostiene solo. Sin tener en cuenta la formación religiosa o espiritual, aquellos que sean llamados por él lo considerarán un tesoro.
Con este Volumen Conjunto, Un curso de amor pone término a su relativa oscuridad. Desde la transcripción original, no se han hecho muchos esfuerzos en su promoción. No obstante, se ha despertado un intenso interés “underground”, lo que incluye algunas traducciones en lenguas que no son el inglés. Su tiempo ha llegado porque muchos anhelan la conexión del corazón, y están consumiéndose de pasión por ser quienes realmente son.
Este no es un libro corriente de
espiritualidad. “Aquí está pasando algo diferente” (D:12.5). Permite que
te inunde. Y como dice Jesús, cerca del final de Los Cuarenta Días y
Cuarenta Noches:
Este curso no precisa de pensamiento ni de
esfuerzo. No hay un prolongado estudio, y los pocos ejercicios
específicos no son obligatorios. Este curso ha tenido éxito de maneras
que tú aún no comprendes, y que no necesitas comprender. Estas palabras
han entrado en tu corazón y han salvado el abismo entre tu mente y tu
corazón (Día:33.4)
Este curso habla como si estuviera escrito precisamente para ti. Así lo fue. (Día:40.32)
Glenn Hovemann, editor; mayo del 2014_________________________
El texto de este Volumen Conjunto ha sido cuidadosamente comparado con la transcripción original. Se presenta tal y como fue recibido originalmente, y fue editado solo por cuestiones menores de ortografía y de puntuación. Para hacerlo fácilmente referenciable se ha numerado cada párrafo. Se sugiere una forma estándar de referencias en la página _.
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