jueves, 20 de febrero de 2014

ORÍGENES DE LA CIVILIZACIÓN ADÁMICA / 6

Un poco de historia de la humanidad.

Fragmento del libro escrito por Josefa Rosalía Luque Álvarez, sobre la historia de los grandes Maestros de la humanidad, en este caso Abel, con la ayuda inspiracional y canalización de "Sisedón de Trohade", aportando así datos imposibles de conseguir en el plano físico.

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CAPÍTULO 43
REMOVIENDO EL PASADO

Los cuarenta Kobdas que habían hecho tan grandiosos descubrimientos (encontraron unos rollos de papiros de miles de años atrás), llegaron a la conclusión de que tenían que reformar la historia de su vieja Institución, pues los Kobdas venían desde la lejana y remotísima Lemuria de una raza de hombres de pequeña estatuirá, pero inteligentes y fortísimos para la industria minera, como podía verse por los grabados que el Kobda Naggai había copiado de las piedras mismas de las cavernas pirenaicas y las cuales daban motivo a un estudio y a un análisis complicado y larguísimo. Según este estudio, resultaba que Lemuria había sido una especie de archipiélago de grandes islas que 'habían ido desapareciendo unas después de otras con intervalos de siglos. Acaso en milenios más remotos aun, fue un solo continente del cual fueron desapareciendo los valles y las llanuras primero, quedando como islas las altas mesetas de las montañas. Los habitantes debían haber huido hacia el sur del Asia, y refugiándose en las altas montañas del Himalaya, porque de algunas inscripciones y grabados copiados por el Kobda Naggai de las cavernas de los Pirineos, y aun de los mismos grabados encontrados en los tubos, se podía deducir el camino que siguieron, siempre buscando las más altas cordilleras, acaso por el temor de nuevas inundaciones.

La designación del Dios que adoraban, del Maestro a quien seguían y de la ley que observaban, variaba según las lenguas, pero en el fondo era una misma cosa, y analizaran por un lado o por otro, siempre aparecía un cordero y una estrella de cinco puntas con él signo crucífero, un cordero y un joven pastor, y la frase muchas veces milenaria: '"Extraer del fondo de todas las cosas, lo más hermoso que hay en ellas".

—A nosotros nos fue enseñado llamar Alma Madre, o Altísimo a la Eterna Energía que da vida a todas las cosas —decía Sisedón—, pero a nuestros hermanos emigrados de Lemuria, parece que les enseñaron a llamarlo Fuego Eterno, Llama Viva, y de ahí viene que en las regiones del Altai (Himalaya) se llamaron Flámenes, como nosotros Kobdas, puesto que las dos palabras significan lo mismo en las diversas lenguas en que se pronuncian.

—A la verdad —decía Bohindra— esta palabra Flamen está a cada paso repetida y antepuesta a los nombres, siendo uno de sus más claros significados en la lengua que hablaban, éste; fuego interior, luz que arde en llamaradas.

—Y yo he descubierto —decía Obed —que en la palabra "Flamen" está encerrado nuestro mismo lema pero expresado en otra forma. Nosotros tenemos "Extraer del fondo- de todas las cosas lo más hermoso que hay en ellas". Y los Flámenes parece que decían: "Con tu fuego interior, o con tu luz interior purifica y hermosea todas las cosas" que al-fin y al cabo viene a ser lo mismo expresado en frases invertidas.

—En nuestro Archivo de las Edades —observó Neri— hay relatos de algunas encarnaciones pasadas en distintas comarcas de las faldas del Himalaya. Y en esta oportunidad he revisado esas memorias o mensajes del mundo invisible y está repetida varias veces la palabra Flama en el sentido de miembro de una institución dedicada al estudio y al desarrollo de las facultades mentales. Y dice así: "Éramos doscientos ochenta Flamas repartidos en veintisiete cavernas a lo largo de la Gran Montaña, como llaman a esa cordillera. Las montañas nos brindaban sus ocultas riquezas de las cuales nuestro fuego interior extraía paz y sabiduría, para los moradores de los valles y de las costas del Río de los Dioses (El Ganges).

¿No parece aquí notarse que esos Flamas eran los mismos Flámenes cuyo nombre había sufrido una contracción?
—Pues yo traigo otro dato al respecto —dijo Zahín— y éste se refiere a dos siglos atrás, y en esas mismas comarcas, pero en vez de Flámenes o Flama, se denominan Lhamas y son también consagrados al estudio y al desarrollo mental.
De esta conversación entre los cuarenta Kobdas, el lector puede deducir que de aquellos antiguos Flámenes surgieron al correr de los siglos y de los milenios, los célebres y místicos Vedas que encierran la profunda filosofía del antiguo oriente y que los continuadores de aquellos Flámenes después Flama, son los Lhamas que, muy transformados de sus orígenes como los Kobdas actuales de sus fundadores, aun se conservaron para preparar el campo a Quiscena Chrisna, el Gran Príncipe de la Paz, y más tarde, al dulce, al incomparable Bhuda, que para unos es Shidarta y para otros Gauthama o Sakya-Muni-Amida, al que le fueron como atadas las manos para que no desatara con ellas las cadenas de los amarrados en las cavernas, en las barcas y carros de los poderosos, para que no curase las llagas de los apestados y de los leprosos, para que no repartiera con ellas el pan a los esclavos hambrientos, pues que todas esas obras de las manos de Bhuda eran delictuosas por ser hechas a los miserables iguales a las bestias.

Porque así degeneran las doctrinas más sublimes y elevadas al bajar hasta el corazón de los hombres ignorantes, fanáticos y egoístas. ¿No degeneró también la Ley de Abel, la de Moisés y la de Cristo? ¿Qué rastro hemos encontrado en las dinastías de los Faraones, de los Kobdas soberanos de los valles del Nilo? ¿Qué rastros hemos encontrado de Moisés en los libros que a él se le atribuyen, sobre todo en su famosa Ley donde salta a flor de agua la venganza, la crueldad más refinada y la pena de muerte a cada paso y por fútiles causas? ¿Qué vestigio había del dulce ruiseñor de Galilea en los dictámenes de la Inquisición, resumen de las más execrables historias de crímenes y de sangre que registra la historia? Y conste que los Jueces de Israel invocaban el nombre de Moisés mientras hacían saltar a pedradas los ojos y los sesos de sus víctimas, como los miembros del Santo Oficio de la Inquisición, levantaban en alto la imagen de Cristo crucificado cuando las víctimas se retorcían de dolor entre las llamas de la hoguera, o descoyuntadas entre los garfios del potro del tormento.
¡Oh humanidad, humanidad!, digo con el dulce Rabí de Nazareth, "que matas a los profetas y apedreas a los que te fueron enviados para darte la luz y la vida. ¡Un día llegará en que pedirás luz y te tragarán las tinieblas hasta que hayas hecho florecer en ti misma la sangre inocente que has derramado!"

Los Kobdas continuaron sus investigaciones a través de las inscripciones y de los grabados confrontados con los relatos que conservaban en el Archivo de las Edades, hasta llegar a la conclusión de que aquella emigración de los Flámenes había caminado desde las lejanas islas lémures y a través de las cordilleras del Himalaya, de las montañas de Zoar y del Cáucaso, hasta el Ponto Euxino desde donde había continuado por las ásperas serranías de la costa norte del Mar Gránele, formidable pasaje, señalado por los grabados de las cavernas junto a las cuales se encontraban sepulcros, y en los sepulcros restos y vestigios de su gran arte, el de pulir y talar piedras de toda especie y combinarlas en finos trabajos con el cobre, la plata y el oro. Y no sólo los Kobdas de la prehistoria, sino nosotros, los hombres del siglo de las luces, podemos encontrar el rastro de esa lejana y grandiosa inmigración que pasó dejando imborrables vestigios en el itinerario que acabo de señalar y que puede comprobar cualquiera que haya seguido los grandes trabajos de investigación de la ciencia paleontológica durante el último siglo.

Los Lamas de Tibet actual, los monjes de la región de Cachemira en Penjah, los cultores del Avesta en las montañas del norte de Persia, los anacoretas del Cáucaso, los cultos religiosos y las costumbres de los costaneros del Ponto, de las montañas de Tracia, de la impenetrable Selva Negra y de las cumbres pirenaicas, reflejan, quien más quien menos, los rastros de aquella raza, de aquella lengua y de aquellos cultos profundamente adheridos a la naturaleza en sus múltiples fases y modalidades.
Comprendo que acaso me he hecho harto pesado en esta digresión acerca de asuntos demasiado áridos para los que no están habituados a ellos; pero conste que quiero completar con esto los estudios que comencé hace medio siglo, para que todos aquellos que han negado la personalidad histórica del Fundador del Cristianismo, Jesús de Nazareth, por haber encontrado vestigios de su elevada moral desde varios milenios antes de su existencia, se pasmen y maravillen aún mucho más ante el magnífico espectáculo de esa moral suya iluminando a la humanidad de la Tierra, a través de cuarenta milenios y de nuevas civilizaciones y renovados continentes que van surgiendo del fondo de los mares a medida que otros, ya agotados se sumergen en un reposo mudo y silencioso, acaso para reaparecer en un futuro lejano y servir nuevamente de oasis a esta eterna viajera, la Humanidad, que aún con sus llagas y su lepra, con imprecaciones y blasfemias odiándole o enamorada de El, camina siempre en busca del Amor Universal, único paraíso prometido a los justos por el Gran Mensajero de la Verdad.

En los grabados aparecían nombres de islas pobladas y civilizadas por, los Flámenes de la lejana Lemuria o Lémur, y hasta se podía comprender el estilo de sus ciudades o poblaciones. Como buenos mineros, descollaban en e! arte arquitectónico subterráneo y sus ciudades eran talladas en la piedra viva de las mismas montañas, en las cuales, aparecía al mundo exterior un frente con estatuas y símbolos, y con una forma piramidal truncada en la parte superior. Aparecían nombradas, Bornia, Solú, Birma, Pamir, Demaven, Elbruza y Everes, nombres que tienen muchos puntos de contacto y grande analogía con las designaciones actuales de montes o comarcas en las que más vestigios se encuentran de su pasado,
La literatura novelesca y aún la histórica de todos los países del mundo, está llena de poemas, de acciones guerreras, de conquistas y de defensas realizadas en inmensas cavernas que daban refugio a miles de soldados. La antigua España de Don Pelayo, nos da la primera prueba de esto. La historia de las antiguas Galias nos ofrece otra prueba más, y de igual modo las más antiguas leyendas de los circasianos del Cáucaso y de la antigua Zoar.

Bien podríamos llamar a los Flámenes Lémures, los hombres de las ciudades piramidales, los hombres de las ciudades de rocas.
Unidos profundamente a la naturaleza, buscaron por eso las montañas cuando se sumergió su tierra nativa, porque las altas cimas cordilleranas les brindaron abundante elemento para abrir en ellas sus imponentes viviendas que parecen responder en un todo, a la frase del Hombre-Luz: "Edificó su casa en peña viva, donde ni los vientos, ni los ríos salidos de cauce, ni la mar embravecida, la puede derribar ni conmover.

- Orígenes de la Civilización Adámica / J.R. Luque Álvarez -
Editorial Kier

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