ORÍGENES DE LA CIVILIZACIÓN ADÁMICA / 6
Un poco de historia de la humanidad.
Fragmento del libro escrito por Josefa Rosalía Luque Álvarez, sobre la
historia de los grandes Maestros de la humanidad, en este caso Abel, con
la ayuda inspiracional y canalización de "Sisedón de Trohade",
aportando así datos imposibles de conseguir en el plano físico.
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CAPÍTULO 43
REMOVIENDO EL PASADO
Los cuarenta Kobdas que habían hecho tan grandiosos descubrimientos
(encontraron unos rollos de papiros de miles de años atrás), llegaron a
la conclusión de que tenían que reformar la historia de su vieja
Institución, pues los Kobdas venían desde la lejana y remotísima Lemuria
de una raza de hombres de pequeña estatuirá, pero inteligentes y
fortísimos para la industria minera, como podía verse por los grabados
que el Kobda Naggai había copiado de las piedras mismas de las cavernas
pirenaicas y las cuales daban motivo a un estudio y a un análisis
complicado y larguísimo. Según este estudio, resultaba que Lemuria había
sido una especie de archipiélago de grandes islas que 'habían ido
desapareciendo unas después de otras con intervalos de siglos. Acaso en
milenios más remotos aun, fue un solo continente del cual fueron
desapareciendo los valles y las llanuras primero, quedando como islas
las altas mesetas de las montañas. Los habitantes debían haber huido
hacia el sur del Asia, y refugiándose en las altas montañas del
Himalaya, porque de algunas inscripciones y grabados copiados por el
Kobda Naggai de las cavernas de los Pirineos, y aun de los mismos
grabados encontrados en los tubos, se podía deducir el camino que
siguieron, siempre buscando las más altas cordilleras, acaso por el
temor de nuevas inundaciones.
La designación del Dios que
adoraban, del Maestro a quien seguían y de la ley que observaban,
variaba según las lenguas, pero en el fondo era una misma cosa, y
analizaran por un lado o por otro, siempre aparecía un cordero y una
estrella de cinco puntas con él signo crucífero, un cordero y un joven
pastor, y la frase muchas veces milenaria: '"Extraer del fondo de todas
las cosas, lo más hermoso que hay en ellas".
—A nosotros nos
fue enseñado llamar Alma Madre, o Altísimo a la Eterna Energía que da
vida a todas las cosas —decía Sisedón—, pero a nuestros hermanos
emigrados de Lemuria, parece que les enseñaron a llamarlo Fuego Eterno,
Llama Viva, y de ahí viene que en las regiones del Altai (Himalaya) se
llamaron Flámenes, como nosotros Kobdas, puesto que las dos palabras
significan lo mismo en las diversas lenguas en que se pronuncian.
—A la verdad —decía Bohindra— esta palabra Flamen está a cada paso
repetida y antepuesta a los nombres, siendo uno de sus más claros
significados en la lengua que hablaban, éste; fuego interior, luz que
arde en llamaradas.
—Y yo he descubierto —decía Obed —que en la
palabra "Flamen" está encerrado nuestro mismo lema pero expresado en
otra forma. Nosotros tenemos "Extraer del fondo- de todas las cosas lo
más hermoso que hay en ellas". Y los Flámenes parece que decían: "Con tu
fuego interior, o con tu luz interior purifica y hermosea todas las
cosas" que al-fin y al cabo viene a ser lo mismo expresado en frases
invertidas.
—En nuestro Archivo de las Edades —observó Neri—
hay relatos de algunas encarnaciones pasadas en distintas comarcas de
las faldas del Himalaya. Y en esta oportunidad he revisado esas memorias
o mensajes del mundo invisible y está repetida varias veces la palabra
Flama en el sentido de miembro de una institución dedicada al estudio y
al desarrollo de las facultades mentales. Y dice así: "Éramos doscientos
ochenta Flamas repartidos en veintisiete cavernas a lo largo de la Gran
Montaña, como llaman a esa cordillera. Las montañas nos brindaban sus
ocultas riquezas de las cuales nuestro fuego interior extraía paz y
sabiduría, para los moradores de los valles y de las costas del Río de
los Dioses (El Ganges).
¿No parece aquí notarse que esos Flamas eran los mismos Flámenes cuyo nombre había sufrido una contracción?
—Pues yo traigo otro dato al respecto —dijo Zahín— y éste se refiere a
dos siglos atrás, y en esas mismas comarcas, pero en vez de Flámenes o
Flama, se denominan Lhamas y son también consagrados al estudio y al
desarrollo mental.
De esta conversación entre los cuarenta Kobdas,
el lector puede deducir que de aquellos antiguos Flámenes surgieron al
correr de los siglos y de los milenios, los célebres y místicos Vedas
que encierran la profunda filosofía del antiguo oriente y que los
continuadores de aquellos Flámenes después Flama, son los Lhamas que,
muy transformados de sus orígenes como los Kobdas actuales de sus
fundadores, aun se conservaron para preparar el campo a Quiscena
Chrisna, el Gran Príncipe de la Paz, y más tarde, al dulce, al
incomparable Bhuda, que para unos es Shidarta y para otros Gauthama o
Sakya-Muni-Amida, al que le fueron como atadas las manos para que no
desatara con ellas las cadenas de los amarrados en las cavernas, en las
barcas y carros de los poderosos, para que no curase las llagas de los
apestados y de los leprosos, para que no repartiera con ellas el pan a
los esclavos hambrientos, pues que todas esas obras de las manos de
Bhuda eran delictuosas por ser hechas a los miserables iguales a las
bestias.
Porque así degeneran las doctrinas más sublimes y
elevadas al bajar hasta el corazón de los hombres ignorantes, fanáticos y
egoístas. ¿No degeneró también la Ley de Abel, la de Moisés y la de
Cristo? ¿Qué rastro hemos encontrado en las dinastías de los Faraones,
de los Kobdas soberanos de los valles del Nilo? ¿Qué rastros hemos
encontrado de Moisés en los libros que a él se le atribuyen, sobre todo
en su famosa Ley donde salta a flor de agua la venganza, la crueldad más
refinada y la pena de muerte a cada paso y por fútiles causas? ¿Qué
vestigio había del dulce ruiseñor de Galilea en los dictámenes de la
Inquisición, resumen de las más execrables historias de crímenes y de
sangre que registra la historia? Y conste que los Jueces de Israel
invocaban el nombre de Moisés mientras hacían saltar a pedradas los ojos
y los sesos de sus víctimas, como los miembros del Santo Oficio de la
Inquisición, levantaban en alto la imagen de Cristo crucificado cuando
las víctimas se retorcían de dolor entre las llamas de la hoguera, o
descoyuntadas entre los garfios del potro del tormento.
¡Oh
humanidad, humanidad!, digo con el dulce Rabí de Nazareth, "que matas a
los profetas y apedreas a los que te fueron enviados para darte la luz y
la vida. ¡Un día llegará en que pedirás luz y te tragarán las tinieblas
hasta que hayas hecho florecer en ti misma la sangre inocente que has
derramado!"
Los Kobdas continuaron sus investigaciones a través
de las inscripciones y de los grabados confrontados con los relatos que
conservaban en el Archivo de las Edades, hasta llegar a la conclusión
de que aquella emigración de los Flámenes había caminado desde las
lejanas islas lémures y a través de las cordilleras del Himalaya, de las
montañas de Zoar y del Cáucaso, hasta el Ponto Euxino desde donde había
continuado por las ásperas serranías de la costa norte del Mar Gránele,
formidable pasaje, señalado por los grabados de las cavernas junto a
las cuales se encontraban sepulcros, y en los sepulcros restos y
vestigios de su gran arte, el de pulir y talar piedras de toda especie y
combinarlas en finos trabajos con el cobre, la plata y el oro. Y no
sólo los Kobdas de la prehistoria, sino nosotros, los hombres del siglo
de las luces, podemos encontrar el rastro de esa lejana y grandiosa
inmigración que pasó dejando imborrables vestigios en el itinerario que
acabo de señalar y que puede comprobar cualquiera que haya seguido los
grandes trabajos de investigación de la ciencia paleontológica durante
el último siglo.
Los Lamas de Tibet actual, los monjes de la
región de Cachemira en Penjah, los cultores del Avesta en las montañas
del norte de Persia, los anacoretas del Cáucaso, los cultos religiosos y
las costumbres de los costaneros del Ponto, de las montañas de Tracia,
de la impenetrable Selva Negra y de las cumbres pirenaicas, reflejan,
quien más quien menos, los rastros de aquella raza, de aquella lengua y
de aquellos cultos profundamente adheridos a la naturaleza en sus
múltiples fases y modalidades.
Comprendo que acaso me he hecho harto
pesado en esta digresión acerca de asuntos demasiado áridos para los
que no están habituados a ellos; pero conste que quiero completar con
esto los estudios que comencé hace medio siglo, para que todos aquellos
que han negado la personalidad histórica del Fundador del Cristianismo,
Jesús de Nazareth, por haber encontrado vestigios de su elevada moral
desde varios milenios antes de su existencia, se pasmen y maravillen aún
mucho más ante el magnífico espectáculo de esa moral suya iluminando a
la humanidad de la Tierra, a través de cuarenta milenios y de nuevas
civilizaciones y renovados continentes que van surgiendo del fondo de
los mares a medida que otros, ya agotados se sumergen en un reposo mudo y
silencioso, acaso para reaparecer en un futuro lejano y servir
nuevamente de oasis a esta eterna viajera, la Humanidad, que aún con sus
llagas y su lepra, con imprecaciones y blasfemias odiándole o enamorada
de El, camina siempre en busca del Amor Universal, único paraíso
prometido a los justos por el Gran Mensajero de la Verdad.
En
los grabados aparecían nombres de islas pobladas y civilizadas por, los
Flámenes de la lejana Lemuria o Lémur, y hasta se podía comprender el
estilo de sus ciudades o poblaciones. Como buenos mineros, descollaban
en e! arte arquitectónico subterráneo y sus ciudades eran talladas en la
piedra viva de las mismas montañas, en las cuales, aparecía al mundo
exterior un frente con estatuas y símbolos, y con una forma piramidal
truncada en la parte superior. Aparecían nombradas, Bornia, Solú, Birma,
Pamir, Demaven, Elbruza y Everes, nombres que tienen muchos puntos de
contacto y grande analogía con las designaciones actuales de montes o
comarcas en las que más vestigios se encuentran de su pasado,
La
literatura novelesca y aún la histórica de todos los países del mundo,
está llena de poemas, de acciones guerreras, de conquistas y de defensas
realizadas en inmensas cavernas que daban refugio a miles de soldados.
La antigua España de Don Pelayo, nos da la primera prueba de esto. La
historia de las antiguas Galias nos ofrece otra prueba más, y de igual
modo las más antiguas leyendas de los circasianos del Cáucaso y de la
antigua Zoar.
Bien podríamos llamar a los Flámenes Lémures, los hombres de las ciudades piramidales, los hombres de las ciudades de rocas.
Unidos profundamente a la naturaleza, buscaron por eso las montañas
cuando se sumergió su tierra nativa, porque las altas cimas
cordilleranas les brindaron abundante elemento para abrir en ellas sus
imponentes viviendas que parecen responder en un todo, a la frase del
Hombre-Luz: "Edificó su casa en peña viva, donde ni los vientos, ni los
ríos salidos de cauce, ni la mar embravecida, la puede derribar ni
conmover.
- Orígenes de la Civilización Adámica / J.R. Luque Álvarez -
Editorial Kier
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